Coronavirus
Mi vida en positivo (Capítulo 6 – Ventana) – Crónica de 14 días de vida confinada de un positivo de COVID
Salíamos a la calle cuando y como queríamos. Nos abrazábamos, nos besábamos, vivíamos… Miro por la ventana en mi sexto día de confinamiento y veo la gente pasar separada, con mascarillas, dando un rodeo de dos metros si alguien se le cruza por la calle, y pienso en cómo somos de volubles los humanos, que hemos creado edificios que rozan los dedos de Dios, pero nos escondemos de un bicho al que no podemos ver.
Vivir en una casa a ras de suelo tiene desventajas, como la poca intimidad que a veces tienes en tu salón, aunque en verano, cuando el verano era verano, solo había que abrir la ventana para sentarse al fresco y ver la tele a la vez. Otra ventaba que tiene es que, si quieres estar solo en casa y acompañado a la vez, es fácil, porque el trasiego por la calle es continuo. Y como en los pueblos mantenemos la sana costumbre de saludarnos aunque no nos conozcamos, puedes estar en tu salón viendo ‘El hombre tranquilo’ en Filmin y a la vez saludando al vecino, a la vecina o a alguien que pasea a su perro y que no has visto en tu vida, pero si pasa por tu casa se le desea un buen día.
Vecinos solidarios
Es la ventana en la que alguna vez mis vecinos dejan una cerveza, por la que el panadero deja sus delicias mañaneras, la que se abre por la mañana para saber si vivo en manga corta o cojo un jersey, la ventana que todas las casas deberían tener.
Desde esa ventana miro pasar mi sexto día de cuarentena. A veces trabajo sentado junto a ella. Es la ventaja de tener ordenadores portátiles, que puedes montar tu oficina dónde y cuando quieras.
Hoy el día no ha estado mal. El olfato y el gusto se han recuperado totalmente, el trabajo está siendo productivo y el bicho no está molestando. Me llegan algunos mensajes de amigos que me preguntan dónde ando, que no me ven últimamente. A algunos les contesto y a otros espero un rato. No pasa nada por explicar que se está confinado por COVID, pero es cierto que a veces cansa relatar lo mismo varias veces, de modo que me tomo con paciencia relatar el asunto de la forma más tranquilizadora posible.
Vida en la calle
La gente pasa por la ventana hasta muy tarde. Unas casas más arriba hay una de esas tiendas de barrio que tiene de todo, y eso hace que el paso de gente no cese en todo el día. Un alto porcentaje de los que pasan llevan mascarilla, pero también es verdad que hay gente que es como si la vida no fuese con ella, y van en grupo, gritando, sin la mascarilla o compartiendo bebidas.
Vivir en un pueblo donde hay poca presencia policial parece para algunos un salvoconducto de seguridad. Pero la COVID no entiende de coches policiales. O nos enteramos de eso, o pasaremos muchos días mirando por las ventanas, sin pisar el otro lado.
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