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Análisis

Una barbarie civilizada

 

José Manuel GARCÍA LLAMAS/Jesús RODRÍGUEZ DOMÍNGUEZ. Universidad de Sevilla

En 1964, la editorial americana Scribners publicó de forma póstuma la gran obra de Ernest Hemingway París era una fiesta. Desde entonces y hasta ahora, innumerables autores han aludido al título de este libro de Hemingway mediante publicaciones tituladas de forma similar, engendrando así muchísimas versiones deformadas del título de esta obra en cuestión. A continuación veremos algunos ejemplos de grotescas variantes del título del ejemplar de Hemingway encontrados en diversos artículos de internet. He aquí algunas muestras: Cuando París era una fiesta; París es una fiesta; Sevilla no es una fiesta; Alcalá no era una fiesta; París no era una fiesta; París ya no es una fiesta; Mi querida París dejó de ser una fiesta, etcétera. Estas transformaciones del título de las escrituras de Ernest Hemingway han servido, ya digo, de encabezamiento en numerosos artículos, ensayos o textos, normalmente de baja calidad, creyéndose de este modo sus autores poseer un ingenio sin parangón por la creación de tales monstruosidades. Por consiguiente, las alteraciones que ha padecido el título del volumen de Ernest Hemingway por parte de algunos autores han consistido en modificar esperpénticamente dicho titular, es decir, trastocarlo, manipularlo, degradarlo y minusvalorarlo, todo por falta de agudeza.

 

 

Y no nos damos cuenta de lo siguiente: si este membrete (París era una fiesta), tan manido ya como las referencias al Mayo del 68, se leyese en otro lugar diferente al mismísimo texto de Hemingway, no cabría la menor duda de que solamente provocaría el rechazo más absoluto del lector más audaz. Y, por supuesto, el mismo espanto causarían sus múltiples derivaciones.

En el inexorable canto de la vida humana que es la Literatura Universal conviven millares de reseñas mejores y más sobresalientes, y con suficiente autonomía propia como para servir de encabezado en cualquier apunte aludiendo a la ciudad de París, por tanto, no encuentro motivo alguno para tantas y tantas sobadas adaptaciones de dicho título en multitud de artículos y otros tantos escritos, que, generalmente, hacen las veces de fraude y mentira. Obviamente, estas decisiones dependen de la cultura, la inteligencia y la imaginación de cada autor.

En consecuencia, sería muy fácil para mí comenzar esta nota con algún que otro título de índole tan diversa como las anteriormente escritas, y así referirme al emblemático título de la obra de Hemingway. Sin embargo, si estamos obligados a gastar por esnobismo retórico y español alguna que otra leyenda muy usada, titularé este texto con el siguiente oxímoron: Una barbarie civilizada.

Con esta cita quiero traer a colación el gran ensayo hispanoamericano Facundo: civilización y barbarie, obra escrita en 1845 por el maestro de escuela, comerciante, periodista, político y escritor argentino Domingo F. Sarmiento (1811-1888), y en cuyas páginas se narran las luchas de poderes entre gauchos y caudillos. Porque, si vamos a tratar en esta gacetilla los atentados ocurridos el 13 de noviembre de 2015 en París es nuestro deber reivindicar aquí los conceptos civilización y barbarie. Sirva pues este aviso aludiendo al gran Sarmiento para recordarnos una vez más el significado de dos términos tan intrínsecamente unidos al ser humano que se yuxtaponen el uno al otro como collera inseparable.

Antes de comenzar a hilar el tejido de este artículo damos por sabido el hecho por el cual Francia no fue siempre el país que conocemos hoy en día (¿o sí?). Un tiempo atrás, este estado apolíneo y neoclásico se enfrentó al Antiguo Régimen de las jerarquías feudales y estamentos medievales dando lugar a un nuevo marco contemporáneo, a una nueva era. Debido a las novedosas ideas filosóficas, políticas y sociales que se expandieron desde Francia a toda Europa y, por otra parte, el asentamiento de dos pilares fundamentales en las sociedades modernas, como son la democracia y los derechos de los ciudadanos, se originaron valores tan grandes como la libertad, la fraternidad y la igualdad. Y así los franceses se convirtieron de algún modo en los griegos de nuestro tiempo; aunque como ya he dicho, esto quedó muy atrás en el tiempo.

Para empezar, resumiré primeramente y muy someramente el acontecimiento producido el pasado 13 de noviembre de 2015 en París, cuando se perpetuó, por desgracia, una concatenación de atentados terroristas en diversas localizaciones de la ciudad gala.

De esta manera, la ciudad de París, con sus dos millones de habitantes y habiendo sido el lugar de destino para numerosos intelectuales en pos de libertad y conocimiento, la noche del 13 de noviembre de 2015 sufrió la muerte de decenas de parisinos, amén de una multitud de heridos a causa de varios tiroteos provocados por terroristas islámicos y diversas explosiones-bomba detonadas en las cercanías del Estadio de Francia, donde se jugaba un amistoso partido de fútbol. En dicho encuentro deportivo, el Presidente de la República Francesa, presente en el torneo fue evacuado del estadio después de ser conocida la situación de crisis en la que se encontraba sumergida la Ciudad de la Luz.

Según el periódico El País, publicado el 14 de noviembre de 2015, la cifra de muertos se elevó a 39 y la de heridos a 60 provocando este hecho un despliegue de innumerables soldados a lo largo y ancho de toda la ciudad, cuya finalidad fue la protección de los ciudadanos así como también medida de defensa contra el terrorismo.

Durante toda la semana siguiente de lo ocurrido en París, la mayoría de los medios de comunicación se hicieron eco de las noticias en relación a los atentados, y, como por un efecto colateral motivado por los sucesos del 13-N, se transmitieron en todos los noticieros sin interrupción. Fijamos algunos detalles de la prensa: El diario ABC publicaba en su portada del 17 de noviembre de 2015 una fotografía donde se exhibía un cuantioso número de dirigentes y autoridades del país, con rostros serios y ceños fruncidos, reunidos en una manifestación encabezada por el mismo Presidente de Francia proclamando su total rechazo al terrorismo islámico.

El titular o macroestructura de la página resumía así el progreso de lo acaecido en la noche parisiense: «Hollande: «Francia está en guerra».

En las páginas de este mismo periódico se recogía la noticia confirmadora de las «medidas excepcionales» que había notificado el presidente de la República «para combatir el terrorismo islámico», a saber: «reforma de la Constitución, solidaridad militar de la Unión Europea (UE), presentación de una resolución ante Naciones Unidas, «reunión urgente» con Obama y Putin para presentar un frente militar común destinado a «destruir» el Estado Islámico».

En estas mismas páginas del periódico en cuestión, un pequeño recuadro mostraba lo siguiente: «El presidente francés ha afirmado que intensificará los ataques contra Siria, país que ha calificado como «la mayor fábrica de terroristas». Hollande destacó el bombardeo reciente a la localidad siria de Raqqa, capital de facto del Estado Islámico, que reivindicó los asesinatos en París del pasado viernes».

En cambio, otros periódicos publicaban noticias y puntos de vista acerca del rechazo a la guerra por parte de grupos políticos de izquierda como Podemos o Izquierda Unida, matizando el hecho por el cual estos grupos políticos no lograban una movilización total de la ciudadanía con objeto de repeler cualquier intervención bélica, esto es, que ciertos partidos políticos no conseguían convencer a los ciudadanos de que la guerra es un acto deplorable y siniestro, y nada más lleva al desastre del mundo, de las sociedades y de las civilizaciones.

Justamente, si alguien lee los periódicos con atención (y después piensa) llegará a la conclusión, por una parte, de lo argumentativa que puede llegar a ser la información vertida por los medios; y por otro lado, de la cantidad de opiniones tan vacías sintetizadas en las columnas de la mayoría de los periódicos de gran tirada, como por ejemplo la publicada por Antonio Burgos en El Recuadro de ABC el 18 de noviembre, donde criticaba la falta de respeto que había sido el no cantar La Marsellesa en el campo de fútbol del Córdoba al inicio de un partido en honor a las víctimas de París, hecho provocado, desde luego, por los gobernantes izquierdistas y ultraizquierdistas de Podemos e Izquierda Unida. Esta opinión fue expuesta cuando el terror y el miedo reinaban en París, cuando se bombardeaba Siria, cuando morían inocentes.

La falta de intelectuales y la ausencia de objetividad y rigor en los medios de comunicación son parte determinante en la ignorancia y el envilecimiento de una sociedad, puesto que se ve influenciada por opiniones carentes de sentido y noticias tratadas según una ideología o los intereses económicos de grupos editoriales, sean cuales sean.

Debido a esto, yo me cuestiono lo siguiente: si no tenemos intelectuales libres que nos aporten guías de pensamiento en las columnas de los diarios, ni noticias objetivas al servicio de los ciudadanos con las cuales puedan reflexionar y después precisar su pensamiento en opiniones, ¿cómo vamos a producir en nuestras cabezas ideas acertadas de lo advenido en nuestro país y en el mundo entero? Si a esto añadimos que hoy por hoy la mayoría de la población no alcanza una visión totalizadora de la realidad del mundo, careciendo de cultura y voluntad (como se puede apreciar, verbigracia, en las generaciones más jóvenes), ¿cómo nos defenderemos de la barbarie y la sinrazón?

Es cierto que el ciudadano la mayoría de las ocasiones (por no decir todas) no posee o no distribuye bien el tiempo suficiente para asimilar las noticias a causa del ritmo galopante y vertiginoso al que nos tiene sometido la sociedad en general, pero también es cierto que las personas no se detienen a reflexionar por voluntad propia, es más, ni un ardite le importan los hechos alejados y desconectados de la televisión basura o el horario del gimnasio de la esquina.

El ciudadano, sin haberse informado previamente con profundidad sobre algún asunto, trama, cuestión, contenido o materia termina decantándose por una opinión vacía y sin peso alguno, a modo de inercia estúpida (como la mayoría de las veces ocurre, ya que no puede justificar con razón alguna cualquier asunto o circunstancia, al no tener unas indicaciones mínimamente ajustadas a la realidad y al pensamiento).

Un ejemplo de tantos ha sido la polémica opción que configuró Facebook en su página oficial, la cual permitía colocar en el fondo de la foto del perfil de cada usuario los colores de la bandera de Francia «en consideración» con el incidente ocasionado en París. Miles de consumidores de esta red que es Facebook, como autómatas, se manifestaron así a favor de una situación sin previa información. Es decir, no asimilaban las ideas ni pensaban en lo sobrevenido, sino todo lo contrario, se inclinaban por una elección sin cuestionarse absolutamente nada. Muchos optaron por poner los colores de la bandera en su fondo, otros pensaron que por qué la bandera de Francia sí y no la de otros países que están sufriendo los mismos problemas, o aún más graves.

La vida no es tan simple y ramplona como pueda pensar la mayoría, sino más bien enrevesada y sórdida y donde casi siempre «ni los malos son tan malos, ni los buenos tan buenos».

No obstante, con esta opinión no quiero frivolizar. La muerte de esas criaturas en París por parte de unos desalmados es un hecho deleznable que corresponde denunciar, pero, ¡cuidado!, no podemos por lo ocurrido en París hacer demagogia pueril guiándonos a decisiones, actos u opiniones erróneas, por muy triviales que parezcan, además, sin tener argumentos de peso con los que defender lo dicho o lo hecho.

En definitiva, nadie con sentido común desea episodios como los acaecidos en París, donde la barbarie ha prevalecido, pero tampoco nadie quiere países llamados del Primer Mundo como Francia, Alemania, Inglaterra o Estados Unidos proporcionando armas a países olvidados de Oriente, agotando los caladeros del Mediterráneo, o extorsionando países subdesarrollados por intereses económicos, extrayendo de ese modo sus riquezas, porque todo esto no es más que otra forma de barbarie, civilizada. Nada ocurre por casualidad. Esta situación en la que Europa y otros países se ven envueltos es producto de lo ya afirmado por tantas voces: las potencias mundiales lo son en gran medida porque se sirven de los beneficios de otros países más subdesarrollados. Por tanto, necesitamos saber qué es lo que realmente está sucediendo en el mundo para evitar la barbarie en el contexto diario, a través de unos medios de comunicación objetivos, fiables, precisos y honestos con los que la ciudadanía pueda obtener conclusiones acertadas viéndose al mismo tiempo identificadas con las de los filósofos, escritores e intelectuales colaboradores de estos mismos medios, acercándose así a toda la sociedad, configurando un objetivo común. Es posible que esto pueda ser el punto de partida de una larga travesía cuyo final sea la solución a esta grave enfermedad padecida por el ser humano llamada necedad, que infecta la convivencia de los países hasta el extremo de provocar conflictos inútiles, los cuales de ninguna manera deben ser resueltos bombardeando a modo de venganza otro país ni asesinando a gente inocente, en todo caso debemos buscar modos civilizados para solventar esta compleja situación en la que, desgraciadamente, vivimos.

 

José Manuel García Llamas, técnico de desarrollo de aplicaciones informáticas y actualmente estudiante del segundo año del Grado en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla.

Jesús Rodríguez Domínguez es Graduado en Magisterio por la Universidad de Sevilla y también estudiante del segundo año del Grado en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla.

Periodista. Directora y editora de aionsur.com desde 2012. Corresponsal Campiña y Sierra Sur de ABC y responsable de textos de pitagorasfotos.com

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