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Opinión

No les molesta el tamaño, les molesta el mensaje

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Fidel Romero.

Lo que ha pasado en la Feria de Málaga lo deja todo claro. A mí no me vengáis con milongas de dimensiones, marcos de 130×75 o si el rótulo estaba “rasgado”. Lo que molesta no es el tamaño: molesta el mensaje. Molesta que un “No guerra. No OTAN” se lea alto y claro en un espacio popular, mientras en la caseta municipal se tolera —y hasta se exhibe— un rótulo bien hermoso de una marca de alcohol que ni informa de programación ni cabe en el marco permitido. Ahí no hay problema. ¿Por qué? Porque ese no es un mensaje incómodo; es negocio, es propaganda comercial. Lo otro es política, conciencia, memoria y futuro: paz, solidaridad y diálogo.

Yo lo digo sin rodeos: detrás de esta censura hay una posición servil, de “hacerle la ola” a los Estados Unidos y a su agenda militarista. Nos exigen elevar el gasto militar al 5 % del PIB, una barbaridad que solo puede pagarse recortando sanidad, educación, dependencia, pensiones, vivienda y salarios. A eso le llaman “seguridad”. Yo lo llamo despojo social. Y sí, habrá quien se ofenda, pero tiene razón Rufián cuando habla de vendepatrias: poner por delante los intereses de un magnate ultraderechista como Trump y de la OTAN —maquinaria criminal de guerra— antes que los intereses de tu propio pueblo es exactamente eso: vender la patria social, la de la gente humilde que sostiene el país.

Nos dicen que el mural no cumplía con la ordenanza. ¿Y el rótulo de la cerveza en la caseta municipal? ¿Eso sí cumple? La norma es clarísima: en la fachada solo se anuncia programación y en un tamaño concreto. Un logotipo de bebida alcohólica no informa de ninguna actividad interna y supera a simple vista las dimensiones. Sin embargo, ese cartel permanece sin sobresaltos y el mensaje pacifista, se borra. ¿Casualidad? No. Censura selectiva. A la crítica política, tijera; a la propaganda comercial, alfombra roja.

Pero hay algo que no han entendido: las palabras son tercas. Podrán borrar una pared, pero no pueden borrar una convicción. El “No guerra. No OTAN” salió a pasear en camisetas, abanicos y sonrisas. Lo que querían silenciar se multiplicó por mil en cada rincón de la feria. Y eso me llena de orgullo. Porque cada vez que alguien lucía ese lema, lo hacía en nombre de algo que no es una moda ni un eslogan, sino una tradición ética: la de quienes defendemos cambiar las balas por palabras, las espadas por acuerdos, el miedo por ternura entre los pueblos.

No nos engañemos: las guerras del siglo XXI no las pagan los que posan para las fotos en las cumbres. Las paga la gente que ve cómo cierran su centro de salud, cómo se masifica la escuela, cómo no llega la ayuda a la dependencia. Y las cobran los de siempre: la industria armamentística, los lobbies y quienes saquean los recursos de países invadidos o desestabilizados. Lo estamos viendo una y otra vez: la población civil pone los muertos y las grandes corporaciones hacen caja. ¿De verdad vamos a seguir financiando ese ciclo de muerte con los presupuestos que deberían proteger la vida?

Desde Izquierda Unida, desde el Partido Comunista, desde el movimiento obrero y vecinal, lo hemos dicho siempre y lo repetimos hoy: no hay causa justa que se defienda con bombas. La paz no es un deseo ingenuo, es una política pública que se construye con diplomacia, cooperación, justicia social y cultura. La seguridad no puede ser un negocio que nos empuje a la ruina moral y económica; la seguridad se llama derechos, techo, educación, sanidad, trabajo digno y servicios sociales de calidad.

Por eso dolió el borrado del mural, sí, pero también nos reafirmó. Porque al contrastar dos imágenes —la de la caseta municipal con propaganda de alcohol y la de un mensaje pacifista censurado— se ve con nitidez de qué lado juega cada cual. Un Ayuntamiento que consiente publicidad comercial en fachada y proscribe la palabra paz en un recinto popular ha elegido bando. Ha elegido el bando del negocio sobre el bien común, de la obediencia sobre la soberanía, del ruido de sables sobre el susurro de los acuerdos.

A nosotros no nos van a callar. Ni con sanciones, ni con amenazas, ni con brochas. Porque cada intento de silenciar multiplica nuestra voz y la de miles de personas que han entendido que la patria no es una bandera colgada en un balcón de embajada, sino la abuela que espera cita en el médico, la maestra que sostiene la escuela pública, la trabajadora que no llega a fin de mes, la juventud que sueña con un futuro sin guerras ni precariedad.

Que quede escrito, en primera persona y sin pedir permiso: no a la guerra, no a la OTAN, sí a la paz. Sí a invertir en vida y no en muerte. Sí a la cooperación entre pueblos, a la solidaridad que no cabe en un marco de 130×75 pero que late en cada barrio. Si borran un mural, pintaremos cien. Si prohíben una palabra, la gritaremos miles.

Porque la ternura es nuestra estrategia y la paz, nuestro programa. Y porque, frente a los que venden país por un patrocinio y una foto, nosotros defendemos la patria social: la de la gente que no se rinde y que ya ha decidido que el futuro no se escribe con pólvora, sino con derechos.

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