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Que no me digan que ya no existe la verdadera Navidad

Que no me digan que ya no existe la verdadera Navidad… Que no me digan que
hemos perdido, como resbala el agua escurridiza entre los dedos de las manos, el
misterio de la auténtica Navidad

Que no me digan, que los días que se acercan, los que están por venir, -que ya se
intuyen-… serán vividos únicamente como mera farsa o pura mentira… ¡¡¡Me niego
a creer en ello!!! Porque no concibo que quedemos cegados por el devenir de
momentos vacíos, en los que, sin más y por desgracia, sólo importarán, de manera
exclusiva, el culto al yo, al me, al mí y al conmigo.

Llamadme, si queréis, ingenuo… inocente quizás, pues reconozco que, aunque el
inevitable pasar de los años hayan hecho cada vez más recia e impenetrable mi alma,
a pesar de esa incontestable realidad, el espíritu de la niñez, la inquietud de un
chiquitillo, me envolverán, sí o sí, cada vez que avance firme Diciembre. Tanto, que
de forma irremediable, a medida que se vayan consumiendo las horas, los días, en
este periodo de Adviento, de nuevo volveré a sentir en mi interior, a aquel pequeño
que, al despertar, corría hacia el espejo, cada mañana de Reyes, para ver en su cara
el beso señalado que, durante la noche, mientras dormía, me había regalado el Rey
Baltasar. Aquella mancha, aquel tizne inaudito en mi rostro, no había fortunas en la
Tierra que lo pudieran igualar. ¡¡¡Y que nadie, que nadie, osara en intentar
limpiármelo!!!

El pianista Germán García González interpreta varias composiciones sobre la Navidad.

A recuerdos, a impases tal cual este, me sigo agarrando como clavo ardiendo,
llegados ya a esta etapa de mi vida. Momentos lejanos, -casi inalcanzables-, que he
idealizado por encima de cualquiera de las cosas: tiempos de olor a cisco y alhucema
en la mesa de camilla, de villancicos que reverberaban desde la calle en zajuanes y
rellanos, tiempos de alfajores, de pestiños, de guisos de castañas pilongas,
concebidos con el mimo de las manos privilegiadas de una madre o de una abuela;
tiempos de Misas del Gallo allá en las Monjas a las que acudíamos el último 24 del
año, para honrar al Niño Jesús y acabar besando sus pies de recién nacido; tiempos
de convivir con la familia, tíos y primillos, que por estas fechas venían desde lejos, –
desde muy lejos- a pasar las Fiestas marcadas de color rojizo, en las hojas de un
añejo calendario; tiempos en los que disfrutábamos como nadie de los que entonces
estaban con nosotros, y ahora, desgraciadamente, ya no están.
Por eso, por todo eso, no me quiero doblegar ante la cruda realidad que hoy en día
se nos impone. La misma que, probablemente, nos impide otorgar el verdadero
valor, -el significado profundo-, a esta época de Pascuas.

Y no voy a desfallecer, no decaeré en el empeño, aquí, -ahora-, por reivindicar la valía
de los que, y las que, nos hicieron, nos hacen, nos harán, revivir Nochebuenas de
ensueños, Años Nuevos expectantes de ilusiones, Noches de Reyes mágicas y
plenamente emocionantes… Por ellos, por ellas, sólo por ellos y por ellas,
otorguemos sentido a esas jornadas, -las que llegarán-, y que deben servirnos de
impulso para renovar propósitos e intenciones.

¿Que nuestra Navidad ya no es lo que era? Pues si no lo es… peleemos por seguir
haciendo de ella algo irrepetible. Hagamos lo imposible por ese precioso fin.
Intentemos combatir de corazón, el yoísmo, el ensimismamiento en que hemos ido
cayendo de manera paulatina: porque, la Navidad… la verdadera Navidad, no está
en un móvil, ni en una videoconsola, y menos aún, en una tablet. El calor, la
sinceridad de un sentimiento, de un deseo, no se muestran a través de un frío
whattsap, un twitter, un mensaje de Facebook o de Instagram. ¡¡¡Qué va…!!! ¿Cómo
va a ser igual que el ir a buscar a quienes desde hace mucho no miramos fijamente
a los ojos, a quienes hemos dejado de abrazar por mor de la desidia, la rutina o la
misma dejadez? ¿Cómo va a ser igual que el plantarnos cara a cara, frente a frente,
para reafirmarles de palabra, lo tanto y tanto que nos pueden llegar a significar?
Eso, para mí, es sencillamente la Navidad.

Y en vísperas de los días señalados, ello es lo que debe mover todo motivo: el contar
a los más pequeños el misterio verdadero de lo que celebramos, como hicieron con
nosotros quienes nos antecedieron. Contemos lo que corría por nuestras entrañas
cuando en la habitación de siempre ayudábamos a nuestros padres a montar un
Portal o las guirnaldas del arbolillo. El olor inconfundible de las figuras del
Nacimiento, el lentisco y el serrín acumulado. Las “peleíllas” que echábamos con los
hermanos por poner antes que ellos a la burra, al buey o al Niño (“que si delante,
que si detrás…”). Salgamos de nuevo a pasear por callejones y plazoletas…
revivamos la ilusión que nos producía el contemplar las luces que penden de
fachadas y balcones. Busquemos en la inmensa oscuridad de la noche, para
distinguir, limpia y fulgurante, a esa Estrella de Oriente que nos guíe hacia caminos
propicios de la Gloria. Agradezcamos el detalle a quienes todavía se toman la
molestia de felicitarnos de puño y letra, con ese Christmas que encontraremos,
sorprendidos, cualquier mañana en el buzón. Corramos a visitar Belenes, hagamos
acopio de papelillos… serpentinas, lancémoslos a los vientos con la fuerza de ese
chiquillo que nunca debimos dejar huir, y que sigue estando dentro de nuestro
corazón, un tanto adormecido…

La Agrupación Santa María Magdalena cerró el Concierto de Navidad de la Hermandad de la Esperanza donde Javier Rodríguez realizó este Elogio de Navidad.

Y lo vuelvo a repetir: que no me digan que ya no tiene sentido la Navidad… Pues no
lo creo… Sigo sin querer creérmelo. Sencillamente porque entiendo que la Navidad
no sólo implica el jolgorio de una simple celebración. Para mí, LA NAVIDAD, NO
OCUPA TIEMPOS CONCRETOS NI ESTACIONES. La Navidad no es cuestión de meses
ni calendas. Ella es perenne y permanece… ¡¡¡Siempre!!!

La Navidad persistirá en el motivo de una sonrisa. La Navidad estará en propiciar el
bienestar del que tenemos justo al lado. La Navidad quedará en la sinceridad de
todas las buenas intenciones. La Navidad pervivirá en la inmensidad de los buenos
gestos. La Navidad estará en la irreductible validez de todas las verdades. La
Navidad se mantendrá en la valentía de quien, al donar, dio vida después de su vida.
La Navidad refulgirá en el empeño del que luchó, hasta la extenuación, contra la
cruel e innombrable enfermedad. La Navidad reposará, regocijante, en la victoria del
que pudo gritar “¡¡¡yo me he curado!!!”. La Navidad emergerá en quien plantó cara a
los problemas buscando sin dudar posibles soluciones. La Navidad quedará en el
andar de valientes caminantes, que forjan sendas esquivando los atajos. La Navidad
será reflejo fiel del que defiende convencido el valor inquebrantable de cualquier
vida. La Navidad se mostrará en quienes dieron lo poco que tuvieran, sin esperar
interesados algún privilegio o contraprestación. La Navidad estará, y permanece, en
el respeto al diferente, en quien genera tolerancia.

La Navidad…
Será dentro de 8 días. Será en un sencillo pesebre, sin ornamentos, sin ostentaciones,
sin riquezas, lujos o tesoros. Será en Belén, en Belén de Judá, donde va a nacer la
única luz que permanecerá encendida cuando todas las demás, efímeras, ya se hayan
apagado. Será la más Pura y Limpia de las Mujeres, la que engendró y va a alumbrar
al Señor que en Arahal, crucificado, honraremos una tarde de Viernes cada
primavera. Creedme, puesto que allí empieza, allí empezará en pocos días, la cierta
y simpar de las Navidades. Todo empezará en Belén, en un humilde portal. Será la
Virgen, la de las Angustias, ¡aleluya! la que traiga por fin al mundo a nuestro Dios de
la Esperanza.

Esa es la verdadera Navidad, la que nunca debiéramos olvidar, esa es la Navidad que
no se debiera perder.
Que así sea.

Texto: Javier Rodríguez Caro. Periodista y profesor Ciclos Formativos de Imagen y Sonido.

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