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Cultura

Lectura para el fin de semana: ‘El enigma Miguel Ángel’

Miguel Ángel Buonarroti transformó lo terrenal en cósmico, lo finito en infinito, extrayendo el alma del mármol y uniendo a hombres y dioses. El escritor Thor Jurodovich Kostich nos descubre, con una profundidad sin precedentes, todos los detalles de una vida entre el tormento y el éxtasis.

Este libro nos adentra en la vida del divino Miguel Ángel a través de las claves arcanas y los insondables misterios que surcan los pliegues de La Pietà, en la turbadora mirada de Moisés, en la perfecta mano del David, en las obras del artista más grande de la historia.

Una obra que revela los secretos que forjaron la leyenda del creador de la Capilla Sixtina, las conexiones neoplatónicas y cabalísticas en sus obras y el hermetismo de su terribilità.

El autor

Thor Jurodovich, escritor especializado en antropología de las religiones, nos ofrece una apasionante indagación sobre el espíritu del genio entre los genios.

No es fácil adentrarse en el alma, en la obra y en el magisterio de un genio del Renacimiento, ya que precisamente esa época que los europeos veneramos por su progreso «humano» (el humanismo) nos adentra con misteriosas luces y reflejos en vidas geniales y sorprendentes que, parafraseando a Nietzsche, parecen «demasiado humanas» hasta el punto de orillar las dimensiones de lo angélico y lo divino.

Toda la obra de Miguel Ángel está concebida con esa inquietante perspectiva que sitúa a la materia terrestre en una dimensión cósmica.

Un artista insaciable

El escultor era insaciable cuando se trataba de la perfección de su obra. Se pasaba meses en Carrara, eligiendo los bloques de mármol. Pero el secreto de su arte radicaba precisamente en la capacidad de encontrarle un alma a las piedras, un más allá a la materia, y una trascendencia a la muerte. Veía las montañas como una materia escultórica y se imaginaba las colinas convertidas en estatuas. Por eso, en su juventud, se atrevió a disputarle a Leonardo da Vinci un bloque de mármol. Sin duda, había descubierto que, en su interior, se escondía un David.

Nadie podía comparársele en el arte de imaginar figuras gigantescas en actitudes soberbias. Tenía el instinto del escultor, capaz de dibujar en el espacio, detalle este muy importante para trabajar en la perspectiva de una bóveda, reduciendo y ampliando las formas en escorzos apropiados.

«No tengo amigos, ni quiero tenerlos», decía el maestro, entregado a las visiones solitarias de su corazón. Nunca fue un hombre guapo, pero tenía unos ojos fieros y geniales, y cuando se ponía el turbante parecía un rey judío. En sus últimos años pensaba mucho en Vittoria Colonna, aquella gran mujer que le había inspirado tantos versos y que había comprendido como nadie el arrebato místico de su sensualidad.

Cuando él la conoció tenía más de sesenta años y ella estaba cerca de los cincuenta, una edad perfecta para un amor platónico.

Su pasión por el Vaticano

Cercano a los noventa años, Miguel Ángel cabalgaba todavía entre los bloques de piedra del Vaticano, viendo cómo se levantaba la fábrica. Entre las estatuas se sentía convidado a formar parte de una Historia Sagrada que se le revelaba en los bloques de mármol. Cuando caminaba por las calles de Roma le ocurría a menudo encontrarse con personajes antiguos y misteriosos que, sin duda por error, había creído muertos. «Nessun pensiero nasce in me nel quale no si sia scolpita la morte», decía melancólicamente. Pero su mano fallaba, hasta tal punto que no podía dibujar los bocetos. «La mano ya no me sirve –comentaba a su sobrino–; pero en adelante haré escribir a otros y yo firmaré.» Menos mal que, muchos años antes, ya había esculpido su obra maestra, la única que firmó: la fascinante Pietà.

Con una perspectiva inusual y curiosa, el autor busca en el antiguo pensamiento neoplatónico los precedentes de las esculturas y pinturas del genio renacentista. Y, entre notas y cartas, estudios y magníficos recursos literarios, desvela interesantes conexiones del artista con la Cábala y la sabiduría judía, que Miguel Ángel descubrió en la Florencia del siglo XV, gracias a Giovanni Pico della Mirandola, a Marsilio Ficino («di stirpe angelica» y al humanista Angelo Poliziano, que fue también su maestro.

«Recorro la vida de Miguel Ángel –nos dice Thor Jurodovich– a través de su legado, para adentrarme en los misterios insondables y las claves arcanas que le acompañaron a lo largo de su vida. Desgrano sus obras para mostrar al hombre, cuáles fueron sus anhelos y sus deseos, a quién amó y a quién odió, una vida repleta de disputas y logros y una vida entre el tormento y éxtasis».

Este libro no es un ensayo literario, no es una novela, no es una biografía, es todo eso y algo más. Es mucho más importante que un cúmulo de datos, fechas e hipótesis. Es un homenaje a una idea, a una época, a un hombre que representó lo divino.

Periodista corresponsal de la Agencia EFE, El Correo de Andalucía, eldiario.es... entre otros medios. Cubre principalmente Huelva y Sevilla en varios medios radiofónicos y prensa digital.

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