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Arahal

Francisco García: casi un siglo de recuerdos de España desde su pueblo

Francisco García: casi un siglo de recuerdos de España desde su pueblo

Francisco García: casi un siglo de recuerdos de España desde su pueblo

[coviran]

A veces, las telarañas del tiempo que se mezclan en la memoria, te llevan a épocas pasadas que subyacen en el recuerdo y surgen sin previo aviso. Así es como un vecino de Arahal, de 94 años, Francisco García Pérez, relata los espantos de la guerra civil española, y sus consecuencias, vividas en un pueblo de la Campiña sevillana.

Con el alma en un puro sobresalto, cuenta sobre el odio inexplicable que arrasó a los pueblos de la Península. Aquellos episodios dejaron heridas difíciles de cicatrizar, historias que a los más mayores llegan a golpes de conversación, sin orden ni concierto.

Un conflicto civil que dejó huella

Francisco creció en una familia humilde de Arahal. Mano sobre mano cuenta que ha tenido una vida sin apenas recursos pero llena de espacios de cotidiana honradez. El tiempo ha pasado con largos días de trabajo, inmersos en las tareas del campo.

Pero, a pesar de su edad, tuvo la oportunidad de asistir a la Escuela Nacional del Ayuntamiento. De allí guarda un especial recuerdo del portero y de sus profesores Jorge Flórez Diez y José Rodríguez Aniceto, nombre este último que recibe en la actualidad uno de los cuatro colegio de primera de la localidad, por sembrar conocimiento en tiempos en los que las letras era secundarias.

Con voz temblorosa y algo baja, Francisco recuerda el conflicto civil desde el punto de vista social. Mirado desde la distancia y con la sabiduría que dan los años, asegura que todo lo que ocurrió fue por la falta de solidaridad, comprensión y hermanamiento entre los españoles y entre dos puntos de vista muy diferentes.

Por lo vivido que aparece en cada arruga del alma, este vecino de Arahal nonagenario ha aprendido algo vital: «es necesario saber respetar las ideas de tu vecino, más ahora en estos tiempos que corremos y, eso, no pasó en 1936, donde existían en las mismas familias personas de los dos bandos”.

Fatídico día

Para Francisco, la desgracia de la Guerra Civil pasó por varias etapas muy duras, pero él recuerda especialmente una, cuando los nacionales entraron el 22 de julio a la localidad de Arahal. Ese fatídico día, vio aparecer desde la Vereda de Osuna, 24 furgones contados y cargados de nacionales, que, sin mediar palabra, arrasaron con todo lo que se encontraron en su camino desde la misma Huerta de Don Luis (una finca cercana a la ermita de San Antonio). Aquello fue conocido popularmente con una palabra «el paseillo», que se pronunciaba a golpe de tristeza.

Francisco es de los pocos testigos vivo de esta parte de la historia más que contada por los que se fueron, en un principio con mucho miedo y sin dar detalles, hoy en día con tristeza. Y sabe, porque lo sufrió, todo lo que vino después de la contienda que dividió al país hasta casi estos días. Aplicando la sinrazón a una sociedad en la que todos eran vecinos, que tardaron en reconocerse como tales.

Por eso, explica que con la posguerra, reapareció el hambre y la miseria, en un marco de total subordinación de la clase obrera a los señoritos; la subsistencia y el miedo que tardarían años en desaparecer. Para Francisco, los primeros años de posguerra fueron «peores que la misma guerra», los alimentos eran entonces en un bien escaso.

Convivir con piojos y chinches

A los españoles aún les quedaba por soportar una dura etapa con sueldos miserables, insuficientes para sacar adelante a una familia, conviviendo entre muchas calamidades y miseria con piojos, chinches y pulgas. Su relato es reconocible porque quién no tuvo a un abuelo o un tío que guiaba sus historias en conversaciones de mesa de camilla. Y quién no ha imaginado esta época como si de un cuento triste se tratara.

Entre los recuerdos constantes de esa parte de la historia de España, Francisco no puede evitar plasmar las diferencias con la actualidad y todo lo que se ha avanzado. La pobreza, por ejemplo, obligaba, entre otras cosas, a que los niños y niñas debieran ponerse a trabajar mucho antes de la edad legalmente permitida en la actualidad. De estos recuerdos aún quedan hoy en día muchos ejemplos.

Una de las actividades más usuales de aquella época era servir desde muy joven en casa de los señoritos, por un plato de comida y un salario ínfimo que, a veces, no sobrepasaba de 15 pesetas al mes.

Fregar suelos a mano

En este relato de la historia pequeña de tiempos de posguerra, este hombre recuerda cómo era el trabajo de una parte de la sociedad al servicio de los que más tenían, sin derechos y casi sin sueldo. Las jóvenes que entraban al servicio de familias pudientes fregaban el suelo a mano y de rodillas, previamente después de haber ido a por el agua.

En invierno, con las bajas temperaturas, había que romper el carámbano con las manos para poder coger el agua. Con las manos azuladas por el frío, las jóvenes cogían las aljofifas para fregar, un trapo con el que, de rodilla, recorrían cada rincón de casas solariegas.

Y cuenta que otros de los efectos que causó la posguerra fue las populares cartillas de racionamiento facilitadas a las familias más necesitadas para que pudieran tener los alimentos de primera necesidad, Tales como cereales, harina, pienso, legumbres, tubérculos, frutas, hortalizas, pan, carnes frescas y saladas, pescados y sus salazones; conservas, aves y caza, huevos, leche y sus derivados, aceites, manteca, tocino, azúcar, café y té, vino, sal y artículos alimenticios de todo género. Estas cartillas estuvieron vigentes en España hasta 1952.

Y es que el conflicto, como tantas veces se ha escrito y comentado, partió a España en dos bandos, en dos familias, en dos grupos de amigos, siempre enfrentados. La memoria los guarda, aunque la realidad va dando paso a nuevas generaciones que sólo estudian lo que ocurrió en esos días en los libros de textos, porque cada vez quedan menos testimonios directos de las atrocidades y miserias de la historia más reciente de España.

 

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