Coronavirus
Mi vida en positivo (Capítulo 8 – Videollamadas) – Crónica de 14 días de vida confinada de un positivo de COVID
Las videollamadas son el “ahora sí me lo creo” de la sociedad moderna. Recuerdo un capítulo de la serie ‘Dos hombres y medio’ en el que Charlie se pasaba horas configurando la cámara de Jake hasta que por fin, cada uno en su casa, padre e hijo pueden hablar y verse a través del ordenador, y en ese momento, se miran por las pantallas y dicen “Y ahora, ¿qué? Pues eso”.
Sí, el confinamiento nos ha descubierto una nueva forma de “comunicarnos”, que no es lo mismo que comunicarnos. Igual que hemos convertido el WhatsApp en una eterna sucesión de mensajes y no en el servicio de mensajería breve alternativas a los SMS para el que fue creado, la viodellamada había llegado sigilosamente, hasta que el 13 de marzo, de repente, descubrimos que teníamos una conexión vía satélite en nuestras manos sin saberlo.
Una vía de escape
En mi confinamiento por la COVID, la videollamada se ha convertido en vía de escape algunas veces, y para Rodrigo era un recuerdo de que papá no estaba con él por alguna razón que no entendía, pero tenía un camión que era suyo y quería ver de vez en cuando. Claro, la explicación del coronavirus para un niño de tres años no vale, porque ese mismo virus existía meses antes y él no estaba separado de su padre, pero el camión era ahora el quid de la cuestión.
Resulta que cuando iba camino de la PCR le compré un camión a escala de los que surten de combustible a las gasolineras, pero la cuarentena me impidió dárselo, así que varias veces al día el niño videollama para ver su camión, para que juegue con él a través de la pantalla y para que su padre intente hacer magia para que llegue a él a través del móvil.
Los padres somos magos
Sí, los padres somos magos, y eso lo podrá aseverar cualquier padre o madre que esté leyendo estas líneas, pero la COVID bloquea la magia, y el camión sigue aquí, esperando que una PCR permita que un niño lo disfrute. Cada videollamada de Rodrigo es un rato jugando con él con el camión a través de la pantalla del iPhone, mientras él pide ir “a su casita con papá”. Queda un día menos.
Con el camión aparcado en el brazo del sofá, el octavo día de encierro empieza a despedirse. Hace años que no veo La 2 sin parar la película para ver qué le pasa a Pocoyó o a Peppa Pig, así que hoy toca peli antigua sin prisas, dejando el mando al otro lado del salón y viendo como el día se va despidiendo.
Ya son ocho días de confinamiento y cinco sin síntomas. La COVID me impide pisar la calle, (sí, tiro la basura de vez en cuando), pero puedo jugar con mi hijo y su camión. Con eso no puedes, bicho.
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