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Opinión

50 años después: la verdad que Andalucía merece

Publicado

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Fidel Romero.

Han pasado casi cincuenta años desde aquel 4 de diciembre de 1977 en el que un disparo, brutal y cobarde, arrebató la vida a un joven trabajador malagueño: Manuel José García Caparrós. Su nombre quedó entonces escrito para siempre en la memoria del pueblo andaluz. Pero incluso así, en estos cincuenta años de silencio impuesto, de secretos, de expedientes ocultos, seguía faltando algo esencial: la verdad.

Hoy, después de tanto tiempo, sus hermanas han accedido al archivo secreto del Congreso. Casi 2.000 folios y varias grabaciones que durante décadas fueron clasificadas para que nadie, ni siquiera la familia, pudiera saber qué ocurrió realmente, quién disparó y por qué.

Yo conocí a las hermanas de Caparrós gracias a mi hermano Antonio Romero, que luchó sin descanso para que esos documentos salieran a la luz. Compartimos muchos encuentros, muchas conversaciones y un compromiso común: que la muerte de Manuel José no quedara enterrada bajo el polvo de los archivos y la indiferencia de las instituciones.

Años después, siendo yo alcalde de La Roda de Andalucía, tuve el honor de recibirlas en mi pueblo. Inauguramos un paseo que lleva su nombre, Paseo Manuel José García Caparrós, en la salida hacia Alameda. Fue un acto inolvidable. Las hermanas estaban allí, emocionadas, dignas, fuertes. Colocamos una placa sencilla y hermosa, como corresponde a una memoria limpia, sin artificios. Recuerdo aquel día como uno de los momentos más emotivos de mi vida pública. Porque no estábamos homenajeando a un dirigente, ni a un alto cargo, ni a un líder político. Estábamos honrando al pueblo.

Porque García Caparrós es eso: pueblo.

Su muerte simboliza la Andalucía más profunda, la Andalucía que despertó, la que salió a la calle a reclamar autonomía, libertad, autogobierno y dignidad. Aquella manifestación histórica del 4D no la convocaron los poderosos: la protagonizaron miles de hombres y mujeres anónimos que se rebelaron contra décadas de abandono, de latifundios, de señoritos, de falta de oportunidades, de una tierra siempre postergada.

Cuando aquel disparo sonó, no mató solo a un joven de 18 años.

Dispararon contra Andalucía entera.

Dispararon contra cada uno de los que pedían igualdad con Cataluña y el País Vasco.

Dispararon contra quienes reclamaban lo que hoy recoge la Constitución en su artículo 158: la posibilidad de que nuestra tierra tuviera las máximas competencias para decidir su futuro.

Esa bala —como han dicho las hermanas— “fue para toda Andalucía”.

Y aún hoy se preguntan, con toda legitimidad:

¿Dónde está esa bala? ¿Quién apretó el gatillo? ¿Quién dio la orden?

Durante cincuenta años lo ocultaron “desde el minuto cero”, como ellas mismas han declarado. Quisieron enterrar aquel día como si hubiera sido un accidente, como si la historia pudiera borrarse con tachaduras y silencio. Pero hoy, por fin, las hermanas han podido acceder a esa documentación sin censuras y sin tachones. Y aunque no puedan difundirla íntegramente —porque sigue siendo secreta— sí pueden, por primera vez, mirar de frente ese pasado que les negaron.

Y yo no puedo evitar recordar a mi hermano Antonio y a tantas diputadas y diputados de Izquierda Unida que pelearon por este acceso durante décadas. Lo recuerdo con emoción, con orgullo y, también, con la amarga conciencia del tiempo perdido: medio siglo para decir la verdad.

La verdad no repara por sí sola, pero es el primer paso de cualquier justicia.

El pueblo andaluz tiene derecho a conocerla.

Las hermanas de García Caparrós tienen derecho a mirar a los ojos a la historia.

Y Andalucía tiene derecho a cerrar esta herida con dignidad.

Porque la autonomía andaluza no nació en un despacho.

Nació en la calle.

La conquistó el pueblo.

Y la firmó, con su sangre, Manuel José García Caparrós.

Hoy, que por fin se empieza a desenterrar la verdad, debemos recordar que aún queda camino por recorrer: verdad, reparación y justicia.

Y que la memoria de García Caparrós, ese muchacho humilde, trabajador, valiente, sigue siendo una de las columnas morales de la Andalucía que somos y de la que aún queremos ser.

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