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Sociedad

Los frailes Franciscanos de Cruz Blanca encontrarán el rastro de 400 años de historia

 

Foto AI.

C.GONZÁLEZ 

Hacer una visita al interior del convento de Nuestra Señora del Rosario es entrar a destiempo en la vida de las religiosas que llevaron hasta el extremo el voto de pobreza. Nada de lo que se encuentra en su interior roza ni siquiera el lujo. Sillas de diferentes formas pero de materiales sencillos, camas de latón y madera vieja, colchones con colchas pasadas de tantos lavados, al igual que las cortina,s y muebles adecentados por su manos.

“No querían lujos ni que les hicieran regalos de valor porque no tenían apego a lo material”, cuenta José Luis Rodríguez, monaguillo del convento desde pequeño, cuando aún no tenía uso de razón. Hace de guía para Arahal Información contando anécdotas de la vida de estas religiosas que echa de menos cada instante.

3.000 metros cuadrados de habitaciones, dormitorios, ropería, sacristía, noviciado, obrador, biblioteca, procuración, sala de labor, antecoro, coro, coro alto, torre, iglesia, iglesias y patios. Sí, las monjas de Arahal estuvieron casi 400 años, pasaron por todas las épocas, buenas y malas, pero poca gente las conocía de verdad. José Luis es la excepción.

Foto: A.I.

En el recorrido por el convento se puede bucear en su historia, sólo viendo objetos o habitaciones. Aún quedan los restos de uno de estos recuerdos, es una habitación a la que se accede por una pequeña puerta con celosía en la parte superior. La estancia con techo bajo está en unos de los patios y fue donde guardaron las imágenes de la iglesia durante la Guerra Civil Española. Quedan los restos del muro con el que tapiaron la habitación que después sirvió de despensa.

Vida interior

Historias de una vida interior cargadas de estampas de oración, todavía se conserva el horario escrito a máquina de los tiempos para orar de cada una de las religiosas los jueves ante el Santísimo. Sor Herminia (Madre Superiora), Sor Asunta, Sor Asunción, Sor Blanca, Sor Visitación y las novicias keniatas, Sor Magdalena y Sor Evelyn,  que estuvieron con ellas poco tiempo ya al final se su estancia.

En el paseo por el interior del convento parece que se invade la sencilla intimidad de unas mujeres para las que el día amanecía a las 5 de la mañana con rezos y labor. Imposible pensar que estas enormes instalaciones las llevasen sin ayuda, a pesar de su edad. Todavía se puede ver de lejos el brillo de los pasillos, la pulcritud de las mesas del comedor y de la cocina con anafes de barro, ahora con azulejos sencillos en blancos y azules. Los platos de porcelana desconchada, cada una tenía el suyo. Poco más envolvía la vida de estas mujeres de oración y faenas para mantener el convento y una casa de siete miembros.

El único “lujo” (entre comillas por su función) es el obrador, donde horneaban los dulces que hacían las delicias de los vecinos de Arahal y visitantes. Prestiños, borrachos, cortadillos, magdalenas, roscos de vinos, mantecados, yemas, bombones, tortas, bolas de piñón.  Todavía permanecen en las estanterías los botes de matalauva, clavo, ajonjolí, canela, sal. Todos iguales, con los nombres de los productos escritos con letras mayúsculas, ordenados.

De fondo el olor de algunos de estos productos, entremezclado con el frío de una estancia vacía, con el abandono de las últimas bandejas de hornear preparadas en el carro. La imaginación suplanta el vacio con imágenes de los dulces de las Madres Dominicas que se echan de menos especialmente cuando se acercan las fiestas navideñas. Ya ha desaparecido la mayor parte de la maquinaria que las ayudaba en su labor y queda un rastro de harina, iluminado por la luz de un mediodía de visita inesperada.

Patios que guardaban su intimidad

El convento parece más pequeño por fuera que por dentro y todavía lo fue más cuando albergaba el colegio donde han estudiado vecinas de Arahal muchas de la cuales todavía seguían visitando a las monjas.  Varios patios con muros altos guardaban su intimidad a la vez que servían de recreo. Limones, variedad de flores, e imágenes, incluso en una especie de cueva de piedra.

Foto: A.I.

“El alcalde fue muy bueno con ellas, este sillón lo puso para que pudieran sentarse en el patio”, cuenta José Luis Rodríguez, para el que cada tramo de la casa es un recuerdo que no acaba de contar del todo. Pero muestra en cada paso el compromiso con todo lo que detrás dejaron. La restauración de una parte del convento cuando ya sabía que se iban en muy poco tiempo. Incluso dejar las camas hechas y todo recogido, como si fueran a volver.

Pronto llegarán los frailes de la orden de los Franciscanos de Cruz Blanca. Rezarán en los mismos lugares, limpiarán los mismos pasillos, descansarán en el mismo patio donde podían mirar al cielo. Y encontrarán el rastro de 400 años de historia.

 

Periodista. Directora y editora de aionsur.com desde 2012. Corresponsal Campiña y Sierra Sur de ABC y responsable de textos de pitagorasfotos.com

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