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Opinión

El engaño perfecto: mirar al pobre con rabia y al poderoso con respeto

Publicado

el

Fidel Romero.

Siempre me ha impresionado cómo el fascismo no sólo se impone con violencia, sino también con palabras. Como dice una frase de autor desconocido, muchas veces atribuida a Bertrand Russell: “Primero fascinan a los tontos. Luego amordazan a los inteligentes.” Y pienso que esa es la esencia del momento que vivimos: nos han fascinado con un discurso que ha conseguido que miremos hacia el lado equivocado.

Bertrand Russell lo explicó con claridad cuando escribió que “el fascismo se basa en la adoración del poder y desprecia la razón y la compasión”. Y también advirtió que “el miedo colectivo estimula el instinto de odiar y de perseguir; este instinto es la base psicológica del fascismo”. Eso es exactamente lo que han logrado: sembrar el miedo, el odio y la desconfianza entre iguales.

Nos han hecho creer que quien cobra 400 euros “nos roba”. Nos han convencido de que la persona que recibe una ayuda, la que tiene la pensión mínima o la que cobra el salario mínimo interprofesional es la culpable de que la sanidad y la educación públicas se deterioren. Han conseguido que odiemos al prójimo que es igual que nosotros, mientras apartamos la vista de quienes de verdad vacían las arcas públicas.

Porque mientras nos entretenían con ese discurso, otros escribían las leyes a medida en los despachos del señor Montoro, para que las grandes fortunas no pagaran lo que les correspondía. Miles de millones defraudados, miles de millones evadidos a paraísos fiscales. Y cuando los pequeños y medianos negocios y los autónomos pagábamos religiosamente nuestros impuestos —a tipos del 25 %— ellos pudieron traer su dinero sucio tributando solo al 3 %, gracias a aquella amnistía fiscal que hoy llaman ilegal, pero que ya hizo su trabajo: blindar a los poderosos y socializar las pérdidas de la crisis.

A nosotros nos dijeron que había que “apretarse el cinturón”, que las pensiones no se podían revalorizar, que los salarios debían estancarse y que los servicios públicos no daban para más. Y mientras tanto, esos mismos que no pagaban impuestos se hacían fotos donando una máquina a un hospital, que probablemente desgravan entera, y encima reciben aplausos por su “solidaridad”.

Esa manipulación es el verdadero triunfo del fascismo moderno: nos ha hecho mirar al pobre con rabia y al rico con admiración. Y como dijo Russell: “El fascismo no sólo destruye las instituciones democráticas, sino que también destruye la independencia del espíritu que hace posible la democracia.”

Hoy, más que nunca, necesitamos recuperar esa independencia del espíritu. Necesitamos recordar que los que pagamos sanidad, educación, pensiones y dependencia somos la gente común, los autónomos, los trabajadores, los pequeños negocios. Y necesitamos señalar con claridad a quienes se han beneficiado de leyes hechas a su medida para no contribuir al bienestar común.

Porque mientras no hagamos esto, seguirán fascinando a los tontos y amordazando a los inteligentes.

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