Opinión
Carta abierta a Mariló Montero: El toro sufre, y mucho
Mariló, usted puede repetir cien veces en televisión que “el toro no sufre”, que “no se le maltrata”, que “es arte”. Puede adornarlo con la palabra tradición y con el envoltorio de identidad cultural. Puede decirlo en horario de máxima audiencia, en un plató donde la frivolidad se confunde con libertad de expresión. Pero no por repetirlo deja de ser falso. El toro sufre. Claro que sufre.
Lo sabe la ciencia veterinaria, que ha descrito con precisión el dolor, la angustia y el colapso fisiológico de un animal atravesado por banderillas y estoqueado hasta la asfixia. Lo saben los neurobiólogos, que han demostrado que los toros, como mamíferos, poseen sistemas nerviosos idénticos en su capacidad de registrar dolor. Lo saben los propios toreros, que hablan sin pudor de castigo, resistencia y aguante. Lo saben hasta los niños que, con una mirada limpia, ven cómo un cuerpo cae entre la sangre y el polvo. Negar lo evidente no es un argumento: es un acto de obscenidad intelectual.
Usted dice que no es maltrato porque “no hay intención”. Mariló, el dolor no necesita intenciones, necesita hechos. Si alguien clava lanzas en un cuerpo vivo, ese cuerpo sufre, tenga usted la intención que tenga. El eufemismo de la “intención” es la coartada favorita de todos los verdugos de la historia. No querían matar, no querían torturar, no querían humillar: solo cumplían un ritual, solo mantenían una tradición. Y siempre, detrás de esas excusas, había víctimas.
Que usted lo llame arte no hace más digna la tortura. Que lo venda como tradición no lo hace más humano. Que lo meta en el paquete de “lo nuestro” no lo hace más respetable. El Coliseo romano también fue arte, tradición e identidad. Y lo que allí se hacía era masacrar esclavos y gladiadores para deleite del público. La cultura que justifica la violencia no es cultura, es barbarie institucionalizada.
Su otro argumento, comparar los toros con pollos o conejos, no es más que un whataboutism barato. Sí, la industria cárnica es un sistema de explotación y dolor. Pero ahí el sufrimiento es un medio para obtener alimento —cuestionable, criticable y reformable—, mientras que en la tauromaquia el sufrimiento es el fin en sí mismo. El espectáculo no es el arte, es el dolor convertido en coreografía. No hay analogía posible: matar para comer no es lo mismo que matar para entretener.
Dice que quiere respeto a su opinión. Pero el respeto no es un cheque en blanco, es un contrato social. Y quien ocupa un espacio mediático para banalizar el maltrato animal, para blanquear la violencia y para pedir que vuelva a financiarse con dinero público una práctica que la mayoría social rechaza, no merece respeto. Merece respuesta. Una respuesta dura, clara y sin concesiones: la tauromaquia es tortura, no cultura.
Mariló, usted no es neutral. Usted se sitúa de parte de una industria decadente que vive de subvenciones públicas, que perpetúa un modelo franquista de espectáculo nacional, que necesita maquillar la sangre con palabras como arte y tradición para seguir respirando. Usted se convierte en altavoz de esa España rancia que, incapaz de ofrecer otra cosa, pretende convertir la crueldad en seña de identidad.
Pero sepa que ese tiempo se acaba. Las nuevas generaciones ya no compran la mentira. Los datos son claros: cada año cae la asistencia, cada vez más ciudades prohíben la tauromaquia, cada vez más países la repudian. La historia no está de su lado. Está del lado del animal que sufre, del lado de quienes denuncian la barbarie, del lado de quienes entienden que una sociedad se mide por cómo trata a los más vulnerables, también a los animales.
Mariló, usted puede seguir negando el dolor. Puede repetir en platós lo que ya suena a caricatura. Puede intentar disfrazar la sangre con palabras dulces. Pero la realidad se impone: el toro sufre. Sufre en cada lance, en cada banderilla, en cada embestida desesperada, en cada estocada. Sufre hasta que se desploma.
Y nosotros lo seguiremos repitiendo las veces que haga falta: lo que ustedes llaman arte es sadismo ritualizado. Lo que ustedes llaman tradición es tortura subvencionada. Y lo que ustedes llaman respeto es silencio cómplice.
No habrá silencio. No habrá respeto a la mentira. No habrá descanso hasta que la última plaza de toros cierre sus puertas. Porque, Mariló, la verdad no se negocia: el toro sufre, claro que sufre.
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