Fidel Romero.
En mi casa, el ciclismo siempre fue algo más que un deporte. Mi padre, forofo incondicional, nos inculcó la pasión por las grandes vueltas, por esas etapas interminables que medían no solo la resistencia de los ciclistas, sino también nuestra capacidad de soñar. Y, seguramente, también influyó que nacimos en Humilladero, donde tuvimos la suerte de contar con dos referentes locales: los hermanos Pedro y Dámaso Torres. Dámaso fue campeón de España de fondo en carretera y Pedro se coronó como rey de la montaña en el Tour de Francia, además de quedar segundo en la Vuelta a España.
Con esos ejemplos crecimos mis hermanos y yo: amando la bicicleta, respetando el esfuerzo y celebrando la épica de quienes llegaban a meta con cientos de kilómetros en las piernas. Animamos a Marino Lejarreta, Álvaro Pino, Fabio Parra, Marco Pantani, y también a Miguel Induráin, que nos hizo soñar a todo un país con sus cinco Tours de Francia y su grandeza dentro y fuera de la carretera. Revisamos con admiración los vídeos de Eddy Merckx y de Bahamontes, porque el ciclismo nos enseñó valores de sacrificio, dignidad y superación.
Pero este año tomé una decisión dura: no ver ni una sola etapa de la Vuelta a España. Cada vez que la televisión mostraba imágenes, apagaba el televisor y no he visto ninguna etapa ni ningún resumen. Sentía que lo correcto era no darle ni un minuto de mi atención. ¿El motivo? La participación del equipo Israel-Premier Tech. No podía permitir que la Vuelta se convirtiera en un escaparate para blanquear a un Estado genocida, fascista y asesino como Israel, que día tras día masacra al pueblo palestino.
¿Cómo podía disfrutar de una etapa ciclista sabiendo que, al mismo tiempo, niños y niñas morían bajo los escombros de hospitales bombardeados? ¿Cómo podía emocionarme con una escapada mientras mujeres y hombres indefensos eran acribillados por buscar un pedazo de pan? No: el ciclismo no puede ser el espejo donde se esconda el horror.
Por eso hoy me congratulo de que la etapa final en Madrid haya sido suspendida. No es una victoria deportiva, pero sí una victoria ética. Los organizadores tenían que haber escuchado antes las voces que pedían la exclusión del equipo israelí. La ciudadanía lo hizo: salió a la calle, se manifestó y convirtió la protesta en un grito que paralizó la carrera.
Europa fue implacable con Rusia: bloqueó cuentas, suspendió negocios, vetó deportistas en todas las competiciones. Sin embargo, con Israel se permite todo. Se mantienen acuerdos comerciales, se acoge a su embajador y se les da espacio en el deporte internacional como si nada pasara. Es una vergüenza.
Yo creo que no basta con la suspensión de una etapa. Israel no debería estar en ningún evento deportivo, cultural o económico en Europa. Hay que romper relaciones, sancionar y aislar a quienes sostienen un genocidio. Y si los gobiernos no lo hacen, será el pueblo quien actúe para que se haga.
Hoy me siento orgulloso de la gente de mi comarca, de la Sierra Sur, que se desplazó hasta Madrid para poner su granito de arena en esta lucha. Orgulloso de quienes dan la cara para que Palestina no se rinda, para que no se blanquee la barbarie con banderines de colores ni con ruedas de bicicleta.
Si Palestina no se rinde, nosotros tampoco lo haremos. Porque ningún maillot ni ningún podio puede ocultar la sangre de miles de inocentes. Y porque la dignidad, como la bicicleta, también se sostiene pedaleando juntos, contra la cuesta más dura.
Imagen: @IsraelPremTech